sábado, 11 de marzo de 2023

Un lonche en Pucará

Un lonche en Pucará 

Llegaba la tarde invernal en la villa. Después de la lluvia las nubes descendían y desde los bajíos se formaba el arcoíris que con vistosos colores pintaban el paisaje matizado con el cantar de un coro de pichauchas y el olor a tierra mojada.
Desde el patio de la casa, junto a la piedra huanca, se escuchaba a voz alzada una reiterada invitación de la abuelita Nisha: ¡Vienes a tomar lonche, tu abuelo va a traer pacco!. 

    Mis abuelos se dirigían a la tienda de la plaza y yo enrumbaba a los altos de la villa atendiendo tan amable invitación. Caminando por las veredas secas de las calles, dando saltos entre las piedras elevadas y evitando los charcos, llegaba a aquella apacible casa ubicada en el barrio de Pucará, bajo el cerro de Shonco. En la humeante pequeña cocina de adobe, sobre el fogón encendido calentaba el tiesto para tostar la cancha y ya hervía el agua para el café.

    Después de dejar el poncho y la chalina en la pila de leña caminaba unos pasos y junto a la peaña de la cruz, maravillado, contemplaba el rojo atardecer que se extendía en la inmensidad del horizonte simulando un mar inmenso de nubes blancas que surcaban el celaje del crepúsculo. Al poco rato, por un lado del camino llegaba el abuelo Juan con su parsimonioso caminar, un lazo cruzado sobre el torso, su ancho sombrero, sus botas altas, y en la mano un valde que contenía los más grandes y blancos paccos que recogió entre prados y pastizales durante el lluvioso día. Con inmensa alegría los recibía y cuidándolos como si fuera un preciado tesoro los llevaba a la cocina donde la abuelita con gran habilidad los picaba y añadía a la sartén junto a la cebolla el achiote y ajos, finalmente le agregaba las papas sancochadas en rodajas, con lo cual quedaba listo.

    Sobre la pequeña y antigua mesa de madera se servía el delicioso plato de pacco junto a la taza de café, la canchita, y el queso fresco. El abuelo, en forma detallada, relataba sus vivencias del día en el campo con el ganado en medio de la lluvia, entre el sonido del trueno, la luz del relámpago y el barro del camino, que por cierto no lo amilanaban y mas bien parecía disfrutar. Muy atento y entusiasmado escuchaba con atención y celebraba las ocurrencias de la abuelita que de manera graciosa intervenía en la conversación a la par que se esforzaba por atendernos.

    Llegaba la noche y terminaba el sabroso festín. Después de abrigarme con el poncho y la chalina abrazaba a los abuelos, muy satisfecho me despedía prometiendo no faltar al próximo lonche en Pucará. Con el “foco” alumbrando, apurando el paso, bajaba las calles con dirección a la plaza acompañado del leve sonido que sobre los techos de calamina deja la llovizna invernal. 


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Danza Los Abuelitos De Quipán - MINCETUR

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