miércoles, 30 de noviembre de 2022
martes, 1 de noviembre de 2022
La procesión de las sombras
Era una noche de luna llena en Quipan. Todo parecía normal en la quietud de la oscuridad, entre el claro del plenilunio y las sombras nocturnas formadas por las paredes de las casas. Faltaban pocos minutos para las doce y desde su casa en los altos de la villa, Paula, debía ir a la tienda ubicada en la plaza por unas mantas que dejó en el apuro.
Junto a las llaves cogió una pequeña
linterna y sin ningún temor enrumbó por la calle, llegó a la capilla, bajó las
anchas gradas que dan a la explanada de la plaza dirigiéndose a la tienda.
Cuando se disponía abrir la cerradura notó que en la puerta principal del local
comunal destellaban luces que parecían provenir de alguien con cigarrillos
encendidos y que la sombra nocturna no permitía ver quiénes eran los que allí
se encontraban. Así, ingresó, ubicó las mantas que buscaba y al salir divisó
que por la calle lateral se desplazaban lo que parecía un grupo de personas que,
con andar pausado, en filas venían y doblaban la esquina con dirección a la
iglesia.
- ¿Qué
raro?, ¿Qué estará pasando, ¿Quiénes son a esta hora?, - se preguntó.
Al mirar con atención notó que algunos tenían en sus manos lo que parecía unos cirios encendidos. Pensó entonces que lo más probable era que algún paisano había fallecido y como era la costumbre lo llevaban al atrio de la iglesia para los rezos correspondientes. Extrañada por no haberse enterado ni escuchado el doblar de las campanas decidió acompañarlos así que volvió a ingresar a la tienda y cogió un paquete de velas, aseguró la puerta y se encaminó con dirección a la comitiva. Conforme se acercaba notaba que algo extraño ocurría, todos vestían con un hábito negro que les cubría el cuerpo entero, además se desplazaban como si estuvieran en procesión y lo que hablaban era confuso e inentendible. Su sorpresa fue mayor al darse cuenta que bajo la capucha que cubría la cara solo se percibía sombras oscuras que reflejaban rostros extraños y desconocidos, más aún cuando notó que ninguno de ellos ponía los pies sobre el piso y arrastraban los pasos avanzando sin dejar ningún rastro.
Por unos instantes se quedó
paralizada dominada por el miedo. Quiso gritar pidiendo ayuda, pero un nudo que
parecía apretarle la garganta se lo impedía. Luego de algunos minutos, que
parecían interminables, en una reacción extrema, cerrando los ojos, dio media
vuelta, hizo la señal de la cruz y echó a correr apretando los puños y en voz entrecortada
pronunciando el rezo:
-
“Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre…”.
Sin mirar lo que ocurría a sus
espaldas subió las anchas gradas dando saltos apresurados hasta llegar con
desesperación a la capilla donde agitada por el esfuerzo desplegado se detuvo por
unos segundos. Con gran temor y luego de persignarse, se llenó de valor y decidió
volver la vista atrás, al hacerlo descubrió con sorpresa que todo había
desaparecido.
Un respiro de alivio le permitió serenarse, y en ese momento, en medio de la quietud nocturna, bajo la tenue luz de la luna llena, ante sus ojos solo existía el silencio y las sombras de la noche.
Junto al fogón, relatos de vida y del alma.
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