domingo, 7 de diciembre de 2025

DANZA ABUELITOS DE QUIPAN

La Villa de San Pedro y San Pablo de Quipán se encuentra ubicada en el distrito de Huamantanga, provincia de Canta, en la Región Lima, a 3497 m.s.n.m., poblado en el que la fe, devoción y costumbres tradicionales son festejadas por sus residentes con mucha dedicación. 

Una de estas fiestas es la de la Virgen del Carmen, en la que, Durante su celebración, del 14 al 17 de julio, la danza Abuelitos de Quipán se hace presente: heredada de padres a nietos es ejecutada cada año en esta festividad. 

Javier Gonzáles director del Centro Cultural Niño Jesús de Canta manifiesta que esta danza ha sido reconocida como Patrimonio Cultural de la provincia. Este reconocimiento ha pasado por etapas: en el 2001 la Municipalidad Provincial de Canta emitió una Resolución de Alcaldía donde la reconoce como Patrimonio Cultural de la provincia de Canta, habiéndose previamente tomado un acuerdo en el Consejo de la Municipalidad de Huamantanga, posteriormente en el 2015 el Gobierno Regional de Lima también declara su puesta en valor con la ordenanza 024. 

Según los investigadores, esta danza nace en la época de la Colonia donde se unen elementos de las culturas andina y española, siendo una danza que describe el proceso de la niñez a la ancianidad. Asimismo, rindieron homenaje a la Independencia danzando para el General don José de San Martín minutos antes del encuentro con el último Virrey del Perú José de la Serna, el 23 de mayo de 1821 en Punchauca, en representación de los pueblos canteños. 

El traje o vestimenta es llamado Corriente de Abuelo, el cual puede ser alquilado o prestado; comprende las siguientes piezas: 

En sus inicios se utilizaron mantas o capas, evolucionando con el uso del terno que data del año 1905 en color azul, marrón, gris o negro, camisa blanca, crema o celeste, corbata y zapatos negros que al decir de los propios danzantes les da mayor prestancia. 

Los guantes o mitones es artesanía netamente quipanense, elaborada por las mujeres tejedoras de la zona, así como el chullo, cambiando de color cada día de ejecución del baile; la confección generalmente se inicia en el mes de marzo que, hasta julio, fecha de la celebración, ya tienen la cantidad completa para cada bailarín, así como las chalinas para los arpistas. 

El pañuelo rojo colocado a la izquierda, reconocido para ellos como insignia de respeto, es bordado con flores de la localidad como el chalganto, claveles, macha macha, son las características tradicionales, llevando incluso el nombre de cada agrupación. 

La Champa o casquete que va sobre el chullo cuyo origen se remonta a la época prehispánica, donde era confeccionado de piel humana o de animal y que con la llegada de los españoles fue cambiando a gorro tejido, ornamentado siempre con las cintas de colores que representan las cascadas de los riachuelos: entre 12  a 14 cintas de 3 cm. de ancho por 2 m. de largo; trenzas de cabello humano, que simbolizan a los curacas de los ayllus que conformaron Quipán, estas son donadas por las madres, esposas, enamoradas, quienes dan su cabello al abuelito, el cual lo trenza para ser colocado en la champa; tres espejos de estrella que representan la luz o el agua, y rosones elaborados de cintas multicolores.

 Morescas o cascabeles, un aproximado de 120 en cada pierna, cuya finalidad de uso es para pedir agua o para espantar a los malos espíritus. 

La máscara, confeccionada en madera de aliso, sauce, huancoy o caoba de color blanco castizo, con lunar en la mejilla, bigotes, patillas y ojos claros, si bien por su fisonomía no es la de un anciano, representa al señorito, al español, y con él también el mestizaje. 

El bastón, elaborado antiguamente de la planta llamada Chayara, posteriormente hecho de madera de arbusto del lugar, pintado en charol negro o marrón, es el símbolo del jefe, de mando. 

El acompañamiento es solo con arpa donde el músico con su habilidad marca y ordena los pasos de los danzarines, quienes bailan en parejas en grupo de 4, 6, 8 y más, ejecutando cada fase coreográfica; así los abuelitos se desplazan por las calles hacia las casas de los mayordomos que, por lo general, son dos por día. 

La coreografía está ordenada por fases. Júver Adrián Zavala Vilcachagua, autor del libro “La danza de los abuelitos de Quipán”, sostiene que  llegan a 12 o 14; el momento especial para los danzantes en su ejecución es el Sauce o Saucecito, que es la más aclamada, donde el danzante imita el movimiento del sauce como por efectos del viento: lo embarga la nostalgia, el abuelo recuerda todas las vicisitudes de su vida, llora al evocar sus recuerdos; después que lo supera, viene la Fase de Flor de Habas donde se muestra alegre, dinámico, zapateando; la melodía musical es muy triste en su inicio. Napoleón Mosquera es uno de los arpistas más representativos de las comparsas de los abuelitos. 

El Huayno o dulcecito, es otra de las secuencias en la coreografía, la Fase el Transporte consiste en los pasos sincronizados de ambos pies, tronco flexible y el bastón fluyendo en movimientos cambiantes matizando con vueltas, taconeos y zapateos. 

La Fase de Transporte Llano se caracteriza por los pasos deslizantes y el cuerpo medio flexionado; según el autor, para los abuelitos sería el paso del zorzal que remueve el follaje de las habas o del maíz durante el mes de junio. La tercera Fase, El Llanito, para los danzantes representa serenidad, paz y calma. 

Entre los danzantes representativos cabe mencionar a Don Higinio Pedro Campos Zavala, quien enseñara esta danza en la Escuela de Folklore José María Arguedas; Paulino Arce, Jorge Santos, Ysaac Guardamino Ortiz, Eusebio Guillén Alberti entre otros. 

 INVESTIGADORA: NORA RITA MENDOZA NAVARRO 

 https://mapafolklore.escuelafolklore.edu.pe/uploads/archivos/21-05-23-908798227.pdf

martes, 29 de julio de 2025

Los susurros del “Enemigo”

     El sol se ocultaba tras los cerros y la noche, con su manto oscuro comenzaba a extendersese sobre los campos quipaneños. Con la hora retrasada debido a un desarreglo en los aparejos del asno que debía llevar una ligera carga de leña, desde Shequi, Paula, subía la cuesta cabalgando sobre su dócil yegua alazana.

    Con cierto apuro avanzó, arriando al asno que llevaba la carga, y al llegar al puquio de Canín, situado al costado de una peña empinada, desde la cual discurría un pequeño riachuelo, los animales se detuvieron para beber. Mientras esperaba, un susurro tenue comenzó a rozarle los oídos, un murmullo suave, irregular, que por momentos crecía y luego se desvanecía  en el aire. Hizo un esfuerzo por descifrarlo y solo alcanzó a reconocer una palabra que se repetía: “Recógelo… recógelo…”. Extrañada, pues no habia nadie a su alrededor, decidió bajarse de la yegua. Entonces, vio que, a un lado del camino, tendido sobre la tierra, un pequeño cordero de oscuro pelaje balaba con un sonido agudo y triste, como si pidiera ayuda. Parecía abandonado, tembloroso, asustado bajo la sombra creciente de la noche que ya comenzaba a envolverlo todo.

    Conmovida por lo que a pesar de la tenue luz del ocaso podía distinguir intentó acercarse, pero el cordero se incorporó y comenzó a alejarse. Paula, movida por la curiosidad y el impulso de ayudarlo, trató de seguirlo. Entonces volvió a escuchar aquel susurro —más claro, más insistente— que parecía guiarla, sin que ella advirtiera que sus pasos la llevaban hacia el borde del acantilado.

    De pronto, el cordero se detuvo. Su figura comenzó a desdibujarse hasta transformarse en un ser espectral, casi humano, con una mirada profunda y unas manos que parecían garras, señalándole el vacío e invitandola silenciosamente a dar el ultimo paso. Paula quedó inmóvil, paralizada por el miedo. Los segundos se hicieron eternos en medio de un silencio sepulcral, como si el mundo entero se hubiera detenido y no existiera ya nada ni nadie capaz de socorrerla.

    En ese instante, cuando la oscuridad parecía cerrarse por completo y el susurro insistente dominaba el aire, la yegua alazana se irguió de golpe. Relinchó con una fuerza que resonó entre las peñas, un relincho profundo que deshizo el murmullo y quebró el silencio fantasmal de aquel agreste paraje. 

    Ese sonido la arrancó del trance. Paula, estremecida, logró persignarse, retroceder unos pasos y sin pensarlo, corrió hacia su compañera de camino y, con manos temblorosas, volvió a cabalgar.

    Aún conmocionada por lo ocurrido, avanzó sin volver la vista atrás, con la luna apenas dibujando el contorno del sendero. No dejaba de rezar en voz baja, agradeciendo a su fiel yegua alazana, quien la salvó de las garras de aquel ser sobrenatural. Estaba convencida de que aquello no era un simple engaño de la noche, sino la presencia del "Enemigo", capaz de adoptar cualquier forma, susurrar con voz ajena y aparecer en los lugares más solitarios con la intención de desviarnos del camino verdadero.

                                       Junto al fogón, relatos de vida y del alma


lunes, 28 de julio de 2025

Ritual a los Pukyos

  Pukyo o puquio son afloramientos de agua subterránea, unas son frías, existentes en las comunidades como las de Illahuara en San Pedro de QuipánPunchauca en la cuenca baja del Chillón; otras son calientes como el de Churín etc.

  En 1656 en el pueblo de Quipán, había un puquio llamado Illahuara. El pastor Francisco Capacrachin, en la estancia de Bombón, pasando junto a este puquio «vio salir un arco llamado Turmangia que es un arco iris», con la visión del fenómeno el pastor se asustó y se enfermó. Al puquio se le conoció también con el nombre de «Pacha». Al enfermar la familia del pastor, el sacerdote hacía sacrificios //… habló diciendo deidad que estáis si escondida quien eres porque has enfermado a este pobre mozo, quieres acaso quitarle la vida declárame más yo te ruego que le des salud y diciendo esto la roció con los dichos polvos..» /.

    Después de esta ceremonia el enfermo se levantó bueno y sano.


Luis Cajavilca NavarroMetamorfosis de los dioses y las sacerdotisas andinos en Huamantanga (Canta), siglo XVII

martes, 17 de septiembre de 2024

La muñeca de trapo

    Era una mañana soleada en la Villa de Quipán. Javier, un muchacho de diez años, regresaba del campo acompañado de Blanco, su pequeño y fiel perro. Ambos volvían luego de haber llevado el desayuno al peón encargado de regar la plantación durante la madrugada. 

    Por ese lado del camino que conducía al pueblo se alzaba una antigua casa solitaria, casi en ruinas. Sus desgastadas paredes y sus ventanas vacías revelaban el paso del tiempo; por su estructura, podía imaginarse que alguna vez albergó a una familia numerosa. Al pasar frente a ella, y sin motivo aparente, Blanco se detuvo de pronto y comenzó a ladrar con insistencia. Aquello despertó la curiosidad de Javier, que, tratando de descubrir qué había llamado la atención de su perro, buscó una manera de entrar. Trepó con cautela la vieja pared de la parte posterior y accedió al interior.

    Adentro solo encontró restos dispersos: utensilios rotos en el suelo, muebles vencidos por el tiempo y el abandono. Sin embargo, en una esquina, algo llamó su atención: una muñeca de trapo, antigua, de extraño encanto, vestida con colores aún vivos pese al desgaste. Javier la tomó entre las manos. Al verla en tan buen estado, pensó en su hermana menor, que pronto cumpliría años, y decidió guardarla en su bolso, convencido de que sería un regalo especial.

 

       Al llegar a casa, lavó con cuidado la muñeca y la dejó secar al sol. Ya entrada la noche, la guardó dentro de una caja y, agotado por el esfuerzo de la mañana, se quedó profundamente dormido. A la mañana siguiente, mientras se desperezaba, le contaron que durante la noche se habían escuchado sollozos y el llanto de una niña en la calle, como si alguien hubiera andado perdida en la oscuridad. Javier no le dio mayor importancia, aquello ya había ocurrido otras veces.

    Con el paso de los días, algunos pobladores comenzaron a comentar que, alrededor de la medianoche, se escuchaba el llanto de una niña en diferentes calles del pueblo. Decían que los sollozos venían desde los bajíos y avanzaban lentamente hasta perderse cerca de la casa de la familia de Javier. Nadie había logrado ver a la supuesta niña ni saber quién era.
        En la séptima noche ocurrió algo inesperado. Mientras todos dormían, Blanco se irguió de pronto y comenzó a ladrar con una intensidad desbordada, mirando fijamente hacia la puerta. La hermana menor despertó sobresaltada, temblando; entre lágrimas contó que había soñado con una niña vestida de blanco que entraba a su cuarto y le exigía que le devolviera su muñeca.
Afuera, la noche parecía contener la respiración. Sin embargo, al poco tiempo, los sollozos comenzaron de nuevo, más claros, más cercanos, resonando por las calles silenciosas. Los perros del pueblo aullaron sin descanso, y sus voces se mezclaron con aquel llanto, llenando la oscuridad de un temor que mantuvo a los pobladores despiertos hasta el amanecer.
    Muy temprano, con la luz del nuevo día, Javier, aún temeroso contó a sus padres lo que había encontrado y llevado a casa. Ellos, preocupados por los acontecimientos de las últimas noches, decidieron que lo más prudente era devolver la muñeca de trapo al lugar donde él, la había hallado. Esa noche, el pueblo recuperó su silencio. Los perros no aullaron y el llanto de la niña no volvió a escucharse. La familia durmió tranquila, y poco a poco, la calma regresó al pueblo.
    Al poco tiempo, con la llegada de la fiesta patronal, la familia contó al sacerdote de turno lo ocurrido. Él, tras escuchar con atención, decidió visitar la antigua casa y bendecirla, esparciendo agua bendita por sus interiores y alrededores, para dar paz a lo que allí hubiese quedado. Con los años, las paredes ruinosas fueron cediendo al viento y a la lluvia, desmoronándose poco a poco hasta desaparecer. Y con ellas, también se perdió el rastro de la muñeca de trapo, como si el tiempo la hubiera borrado junto con la historia que guardaba.


lunes, 9 de septiembre de 2024

Los Abuelitos de Quipán

La danza de “Los Abuelitos” es parte del legado histórico de Quipán. En Julio, el pueblo de Quipán, distrito de Huamantanga, provincia de Canta, celebra la fiesta de la Vírgen del Carmen. En el baile de “Los Abuelitos,” unos hombres enmascarados bailan un pasacalle al ritmo melódico de un arpa.

El sincretismo cultural sirvió como un medio de resistencia y de adaptación para los oprimidos indígenas. Por eso es probable que el baile de “Los Abuelitos” originalmente fuera una parodia en contra de los españoles de Quipán. Nótese que las máscaras presentan las facciones de un hombre blanco, como la de los antiguos gobernadores españoles. Otros estudios aseguran que los abuelos personifican a las montañas (Apus) que rodean al pueblo. Parodia o no, ahora los Quipanenses guardan un profundo respeto por este baile.

El baile escenifica cinco etapas de la vida, desde la niñez hasta la vejez: el transporte, el transporte llano, el llano, el Saucecito y la Flor de habas. La sección más popular es ‘el Saucecito,’ de pasos y giros cadentes, que representan el cansancio de la vejez. Según el danzante Félix Ortiz, “el Saucecito te embarga de nostalgia y a la vez te recuerda todas las vicisitudes de la vida.” Tiene melodías cadentes y tristes, y los Quipanenses se emocionan al escucharlas. 

La indumentaria de baile se denomina “corriente de abuelo” y se comparte entre los familiares que participarán en la festividad. Desde el año 1905, los danzantes acostumbran vestir un terno negro, pero durante el Virreinato utilizaban sólo una capa o manta. Además del bastón (símbolo de autoridad), llevan también unos cascabeles en las pantorrillas.

La prenda más resaltante es la champa, gorro de cintas multicolores y de bordados florales que se extienden como una larga cabellera. Durante la época colonial, la champa era fabricada con la piel disecada de una persona o de un animal. Bajo la fachada de un ritual católico, los indígenas preservaron así sus costumbres con este baile. Como parte de un antiguo ritual, la champa facilitaba el proceso de mimetismo, es decir, la comunicación con los muertos, para así alcanzar estados alucinógenos o de trance durante el baile. Dicho ritual ahuyentaba a los malos espíritus y hacían que los Apus los protegieran de las sequías. Esto explicaría las actuales creencias de los Quipanenses: la mayoría tiene la superstición de que, de no practicar este baile, acaecerían muchas desgracias en el pueblo.

En la época colonial, la comunidad de Quipán se opuso ferozmente al dominio español. El general José de San Martín visitó Quipán durante su campaña de liberación, en Mayo de 1821. Se dice que los Quipanenses le dieron la bienvenida y le hicieron una demostración de la “danza de los Abuelitos.” Poco después San Martín tuvo una reunión con el último virrey, José de la Serna, para finalmente proclamar la Independencia del Perú.

SUMAQ

EL SEÑORÍO DE COLLIQUE

DIEZ DATOS QUE DEBEMOS CONOCER

Este gran señorío ocupó la parte baja y media del valle del Chillón, extendiéndose desde el mar hasta Chuquicoto, lugar próximo a Santa Rosa de Quives, perteneciente a la provincia de Canta. Al respecto, Rostworowski (2004) afirma: “En el Chillón el señorío Colli se extendía desde el mar a lo largo del valle, hacia la sierra, incluyendo el curacazgo de Quivi, y estaba compuesto por varios pequeños señoríos” (p. 28) . Durante su asentamiento en el valle del Chillón constantemente se enfrentaban a los Cantas por el control del Chaupiyunga, tierras productoras de coca; Sin embargo, en épocas de tranquilidad intercambiaban productos. Por otra parte, se sabe que el señor de los Colli, ofrecía constante y férrea resistencia ante las provocaciones de los Cantas y Chacllas; sin embargo, con la llegada de Túpac Yupanqui fueron sometidos. Posteriormente, durante los inicios del Virreynato un grupo reducido de Collis aún sobrevivieron, pero a fines del siglo XVI desaparecieron totalmente (Rostworwski, 2004).

https://issuu.com/indicesc/docs/collik_53/s/17395452 

DANZA ABUELITOS DE QUIPAN

La Villa de San Pedro y San Pablo de Quipán se encuentra ubicada en el distrito de Huamantanga, provincia de Canta, en la Región Lima, a 349...