El alma errante
Era casi medianoche en la villa de Quipán y por alguna inexplicable razón, aquella, parecía más oscura que de costumbre. El frío y la helada primaveral obligaba a los pobladores a cobijarse y abrigarse intentando dormir y hallar el sueño. Esa silenciosa quietud, de pronto, se vio interrumpida por el doblar de las campanas de la iglesia, que como es sabido anuncian el fallecimiento de una persona. Tres veces resonaron en medio de la oscuridad ante la incertidumbre y la preocupación por saber quién habría partido de este mundo.
Con la llegada de la mañana, varios pobladores se acercaron a la plaza, preguntándose unos a otros quién habría fallecido. Buscaron información entre los vecinos y en la iglesia, pero nadie sabía dar una respuesta. Ante la falta de noticias, y envueltos en una extraña incertidumbre, cada uno optó finalmente por volver a sus quehaceres, aunque el rumor del tañido nocturno persistía en la memoria de todos, como una pregunta sin resolver.
Al llegar la noche siguiente, ocurrió lo mismo. Nuevamente se escuchó, tres veces, el doblar profundo de las campanas. Esta vez el sonido no provocó desconcierto, sino molestia, muchos pobladores supusieron que algún palomilla, o quizás algún poblador en estado de ebriedad, estaba intentando jugarles una broma pesada. El murmullo de la indignación se extendió por las casas, pero aun así, nadie se atrevió a salir a comprobarlo.
Ante la repetición de aquel suceso, al llegar la mañana la autoridad dispuso que se organizar una vigilancia para identificar a los responsables y sancionarlos por alterar la tranquilidad pública. Así para esa tercera noche junto al teniente dos comuneros fueron designados para cumplir la guardia.A la misma hora de las noches anteriores, desde el balcón de la casa comunal, y pese a la poca claridad, los vigilantes pudieron distinguir una silueta humana claramente delineada, pero sin cuerpo que la proyectara. Aquella sombra apareció en la portada, cruzó lentamente la plaza, subió las gradas que conducen a la iglesia y se detuvo justo bajo la torre. Entonces, levantó lo que parecía ser un brazo, tomó la cuerda del campanario y, con un movimiento firme, hizo sonar tres veces el doblar de las campanas.
El asombro se tornó en miedo. Sin pensar, los comuneros corrieron para darle alcance, pero fue imposible. La sombra avanzó veloz, sin ruido, subiendo la calle que conduce a los Altos y tomando dirección hacia Cruz Grande, hasta desaparecer. Al regresar, aún temblorosos, comprendieron que nadie les creería. ¿Cómo explicar aquella sombra sin cuerpo? Para evitar burlas o incredulidades, acordaron guardar silencio y dijeron simplemente que se habían quedado dormidos por el licor que tomaron para apaciguar el frío.
La noche siguiente se decidió redoblar la vigilancia. Ahora, junto al teniente, serían cuatro los pobladores que, bien abrigados y con linternas y sogas en mano, estaban dispuestos a atrapar al supuesto bromista. Sin embargo, a pesar de encontrarse atentos y preparados para actuar, llegada la misma hora en que antes habían sonado las campanas, nada ocurrió. Todo permaneció en un silencio profundo, casi espeso, como si el viento también hubiese decidido contener el aliento. Por varias noches consecutivas se mantuvo la guardia, turnándose entre los comuneros, pero la calma persistió. No hubo campanas, no hubo sombras. Así, poco a poco, aquellos sucesos empezaron a confundirse entre la duda y el recuerdo, hasta quedar en silencio.
Nunca se supo que paso ni quien o quienes fueron, y todo parecía quedar en una simple anécdota. Tiempo después, al llegar la fiesta patronal el sacerdote convocado a celebrar las misas comentó que el misterioso suceso del doblar de las campanas había ocurrido, coincidentemente, en esas fechas en varios pueblos y que al igual que en la villa no se llegó a descubrir al causante.
Muchas hipótesis se tejieron en torno a aquel extraño suceso. Algunos asguraban que probablemente fue algún gentil opuesto a la fe cristiana que habría regresado para incomodar a los creyentes. Otros contaban que podía ser el ánima en forma de sombra de algún músico que acostubraba recorrer los pueblos, o tal vez la sombra silenciosa de algún campanero; incluso hubo quienes insinuaron que podría haber sido la de un sacerdote. Sin embargo, más allá de las versiones, todos coincidían en algo:aquella silueta era la sombra de un alma errante de alguien que antes de morir habia vuelto para buscar lo que dejó pendiente, desandando en silencio sus vivencias, sus sueños, sus recuerdos y uno a uno recogiendo sus pasos.
Junto al fogón, relatos de vida y del alma.

